Aula de psicodrama

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lunes, 2 de junio de 2014

Canino.

Por Carlos García Requena. Psicologo. Psicodramartista. 


Canino, la película de Giorgos Lanthimos, es un film que no deja indiferente. Nos transporta a un submundo, a un universo familiar aislado ficticio que, sin embargo, podría hablar de ciertas realidades más moderadas donde el aislamiento lleva al sujeto a la enfermedad psíquica.

No es una idea nueva, pues en 1972, Arturo Ripstein llevó al cine El castillo de la pureza, con un argumento similarEn cualquier caso, nos acerca a una pregunta que todos nos hemos hecho en algún momento: ¿Cómo sería vivir aislado del mundo?

Canino es una de esas películas que pueden desconcertar al espectador, confundirlo, aburrirlo,indignarlo, estimularlo y sorprenderlo a partes iguales. No es una película complaciente y sin embargo, ésta es su mayor virtud, ser original y transgresora. Hace creíble, cercano y con sentido aquello que es fabulado porque en el fondo despierta una intuición, la de saber que tienes ante ti un tema fundamental y una forma (siempre nueva) de mirarlo.

La familia que nos presenta Lanthimos vive a las afueras de la ciudad confinada en una casa rodeada por un alto muro. Los tres hijos, ya adultos, jamás han salido de la casa ni tenido contacto con el mundo exterior. Su educación, sus juegos, sus aficiones y relaciones están controladas por sus padres, que tratan de prodigar una educación aséptica al tiempo que terriblemente adulterada y endogámica, lo que les lleva a vivir sumidos en un mundo surrealista y absurdo.

Nada entra ni sale en la casa a excepción del padre y una muchacha, Cristina, que es contratada por los padres para otorgarle favores sexuales al hijo. Sin embargo, ella se salta las reglas e introduce una semilla que despierta una curiosidad antes adormecida.

El punto de partida no es del todo descabellado, pues al fin y al cabo, el miedo de los padres en torno a que sus hijos se aparten de la senda deseada por ellos y se vean seducidos por las peligrosas tentaciones del mundo exterior, es un miedo bastante común. De ahí la protección de muchos padres hacia sus hijos. Lo que se ve en “Canino” es ese temor llevado a sus últimas y extremas consecuencias.

Freud dijo claramente que la sobreprotección es el germen de la enfermedad, y así lo creemos. Al nacer, ingresamos en un código que nos precede y que irá dejando sus marcas a lo largo de la vida enseñándonos las reglas del mundo. Marcas necesarias en ese proceso de socialización donde el sujeto transita del núcleo familiar al seno de la sociedad través de la incorporación de límites. La sobreprotección es por tanto una forma de inhabilitación del sujeto, que no tiene oportunidad de desarrollar recursos propios para adaptarse.

En Canino, las marcas paternas pretenden sustituir todo aquello que viene de fuera, de tal manera que los hijos están criados en un código al margen del Código. Un código alternativo y aberrante donde el lenguaje cobra un sentido diferente al convencional. Los padres manipulan el significado de las palabras adecuándolo a sus intereses y con la clara intención de borrar toda huella de la existencia de un mundo externo que podría ser llamativo para sus hijos. En definitiva, asistimos a una fábula donde se da el borramiento del Otro como código normalizador. Una historia donde el padre es la ley y no hay ley que legisle al padre, quien se inventa el juego sobre la marcha y manipula retorciendo la realidad y su significado para ajustarla a su propósito.

En esas condiciones endogámicas, donde el padre no ejerce de límite sino que normaliza lo incestuoso, los sujetos viven en la locura. Y eso es precisamente lo que el director consigue transmitir al crear un clima sórdido y frío, un ambiente psicotizante que inquieta.

Una madre deprimida, un padre que crea un ambiente cerrado en torno a ella y unos hijos que viven una existencia mecánica bajo la tiranía paterna. Sus cuerpos, disarmónicos y faltos de vida son el reflejo de la desubjetivización, pues esa es una cuestión fundamental, que los hijos son objetos de los padres. Prueba de ello es que ninguno tiene un nombre propio y son elementos de un juego loco llevado hasta sus últimas consecuencias.

Y eso es lo que ocurre, sin destripar el final, cuando la hija mayor decide que es el momento de que "se le caiga" un canino, pues ese es el momento en que según la ley familiar, uno puede ya salir al mundo. Como en la caverna de Platón, “la mayor”, porque así se llama la hermana mayor, termina por cansarse de ver las sombras reflejadas en la pared y decide salir a la luz.

El desenlace queda en incógnita, pero no pinta bien.

En cualquier caso, se trata de una película recomendable si más allá de lo estético queremos asistir a como en lo estructural se teje "lo psicótico".