Aula de psicodrama

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domingo, 26 de enero de 2014

Yo tengo razón, tu estas equivocado.

Por Enrique Cortes. Psicoanalista. Psicodramatista.

 

El título de este artículo lo saqué de otro que leí en el País Semanal este fin de semana; por lo tanto es copiado.

El auténtico, empezaba diciendo que la mayoría de nosotros creemos que podemos cambiar lo que los demás piensan y que es por esta razón que nos pasamos demasiado tiempo en la vida dándole vueltas a “qué opinan los demás de nosotros”.

Es decir, que nos empeñamos en decir que los demás deberían pensar de diferente manera y que esta es una de las causas de que la humanidad ande siempre a la gresca.

Y esto para qué, sencilla y llanamente para no cuestionarnos a nosotros mismos y eso que imponer nuestras razones en demasiadas ocasiones nos cuesta caro.

Desde nuestro nacimiento hemos ido acumulando opiniones, creencias... que pasan a conformar nuestra identidad y en tanto que alguien nos la cuestiona es que lo sentimos como un ataque hacia nosotros mismos.

El artículo, original, decía que no era sensato confundir lo que pensamos con lo que somos.

“Tener opiniones es normal, también tener gustos y preferencias… pero que estas ideas y predilecciones le tengan a uno cautivo o secuestrado es una trampa”.

La pregunta a cómo liberarse del apego a las creencias, no es el problema real, sino la identificación.

A mi modo de ver una buena razón para empezar un análisis es cundo uno se siente amenazado en su identidad; ya que uno suele pensar que el análisis lereforzará en sus identificaciones. Pero en realidad pasa casi lo contrario. Cuando el sujeto se pasa mucho tiempo contando su historia y en revisar su pasado, ello le lleva a verse de otro modo y por lo tanto a analizar sus identificaciones.

Y es que la imagen que uno tiene de sí mismo es ante todo un señuelo que le pone al abrigo de su ser íntimo.

Lo que le acarrea por un lado, que sus pensamientos más íntimos sean descubiertos y por el otro, que los demás no le reconozcan como un semejante, un igual.

Este señuelo, que digámos es imprescindible, se construye atendiendo a dos ejes: uno imaginario y otro simbólico.

En el eje imaginario, el yo se mira y se toma, a si mismo, por la imagen del semejante, del otro.

En el eje simbólico, el sujeto recibe las marcas del reconocimiento del Otro bajo la forma de un significante ideal al que él tiene que conformarse para ser amado.

Es decir, necesitamos, en un principio identificarnos no solo a una imagen sino también a un significante

POR LO TANTO: la identidad del sujeto procede del otro, del otro imaginario y del Otro simbólico. Con esa identidad, el individuo se siente ser alguien.

Pero como decía, no está nada mal que uno vaya perdiendo sus marcas, que se vaya particularizando; aunque demasiadas veces se paga el precio del rechazo social.

Como dice Lacan en su seminario “la identificación”, hay que diferenciar la unidad que unifica de la unidad que diferencia; dicho de otro modo, el rasgoidentificatorio (rasgo unario) es algo que particulariza y no solamente algo que agrupa.

Si bien hablaba de un buen comienzo para analizarse, podemos decir que el final del análisis se caracteriza por un cierto reconocimiento de  mismo, donde el analizante deja de pelear por el reconocimiento de sus pequeñas diferencias; pero no nos engañemos si bien en un principio, pongamos por ejemplo a la entrada en la guardería, hay angustia y no solo de separación sino de sentir la perdida de ser el único ahí donde sus marcas no valen; luego en la etapa adulta y por mucho que escuchemos gritar: “viva las diferencias”; hay un resorte que nos empuja a volver de nuevo precisamente a ese punto de lo idéntico.

Yo propongo dos salidas que deben ir juntas; por un lado ir descifrando las identificaciones, que el sujeto vaya viendo cual es el peso de ellas en su historia particular y la otra es escuchar y aceptar las ideas del los  otros (aceptarlas no significa adoptarlas ni validarlas).

 

miércoles, 15 de enero de 2014

La posición del hijo.

Por Alfonsi Huete. Psicóloga formada en gestalt. Psicoanalista y psicodramatista.

 

Ficha técnica:

Año 2013

Duración: 112 minutos

País: Rumanía

Director: Calim Peter Netzer

Curioso título que nos recuerda la ausencia de una posición propia. El triangulo edípico está aquí totalmente invadido por el deseo de la madre. Esta madre, que al no querer saberse,-sentirse en falta, seguirá dirigiéndose hacia el hijo, en aras de una satisfacción imposible de colmar, en tanto que estructural.

“Postura” se me aparece aquí como una mala imitación de la necesidad profunda de ese hijo de tener una “posición” propia en el triángulo edípico; una posición autónoma, que acepte la castración de no ser “el deseo de mamá”; para lograrlo es inevitable aceptar un duelo, solo así podrá pasarse de este lugar gozoso para el inconsciente y axfisiante para la vida adulta, a una aceptación de los propios límites y los ajenos, una aceptación de la Ley.

Esta película nos ofrece la posibilidad de observar, sentir, los principales elementos de ese pasaje tan fundamental para la estructura psíquica como es el Complejo de Edipo.Ciertamente que para ver esto necesitamos haber incorporado un esquema conceptual  que acaba proporcionándonos la capacidad de transcribir, traducir, lo sentido en palabras, esto es, simbolizarlo.

Como muestra de que distintas lecturas convocan distintas conclusiones, transcribo aquí una sinopsis encontrada en internet.www.sensacine.com/peliculas/pelicula216838, extraído el 15/01/2014:

 La relación entre Cornelia Keneres de 61 años y su hijo Barbu de 32, no es buena. Barbu odia el círculo social de sus padres, un grupo de políticos, hombres de negocios turbios y ex oficiales de la policía secreta. Cornelia tiene razones suficientes para estar molesta: su hijo, a quién ella había invertido su amor,paciencia y espera, ahora puede ver como su separación ha crecido irremediablemente".

Un acontecimiento inesperado, está volviendo todo al revés; Barbu está involucrado en un accidente de coche, y mata a un niño de trece años. Cornelia utiliza todos los medios que tiene a su alcance para salvaguardar a su hijo de la acusación por homicidio, pero Barbu proclama su independencia ingratamente acusando a su madre de que sus esfuerzos están haciendo más mal que bien. Pronto, se da cuenta de que no puede arreglárselas sin la ayuda de su madre. 

Sorprendentemente, Cornelia no logra convencer al único testigo que existe para que cambie su testimonio. Cara a cara con los padres de la víctima, Cornelia no puede llevar a cabo de forma explícita algo tan abstracto como la retirada de su denuncia.
Todo lo que ella puede hacer, con amor maternal y reverberaciones emocionales, es alabar con sinceridad y sin condiciones a Barbu, certificando que su hijo es ahora un niño bueno y que merece otra oportunidad en la vida.

La película es un proyecto de "clase alta" por hablar del tráfico de influencias y de la corrupción en algunas instituciones básicas de la sociedad y sus extensiones a todo el sistema socioeconómico de la Rumanía de hoy.
Se habla con emoción y con humor acerca de la relación tan asfixiante que existe entre una madre y su hijo adulto que es bastante dominador con ella.

 

Me parece que esta comprensión con los “amorosos y comprensibles sentimientos maternos” está, en nuestros días, un tanto desquiciada, esto es, fuera de quicio, sin marco…o quizá sea que el marco en que se enmarca esta afirmación a mí me hace temblar.

Si existe un modelo psíquico detrás de esta afirmación, así como de la enorme idealización de los sentimientos amorosos maternos, yo no conozco otro que el mito cristiano de la” virginidad y divinidad de María y su hijo, Jesucristo.

Un modelo de análisis de la psique que solo tenga en cuenta el amor materno hacia el hijo, sin incluir a un tercer elemento en el contexto, acaba por hacer desaparecer al hijo mismo, incluso diría, a la mujer que da soporte a la madre, devorados todos por el deseo insaciable, insatisfecho de esa función materna.

Otro asunto es quien es la persona responsable de que esta pulsión “amorosa” no tenga límites: ¿la madre?, ¿el hijo?, ¿el padre?

Ciertamente no tengo respuestas para esta pregunta fundamental, excepto la de proclamar que aquel que sufra de esta triada y empiece a preguntarse tiene la potencialidad de encontrar, si no respuestas, otras posiciones para que circule algún deseo más que el aplastante “amor de madre”. Deseos pequeños, cotidianos, propios en cualquier caso, que nos hacen madurar porque inevitablemente al jugarnos nuestro deseo en vez de quedarnos atrapados en el goce de ser el deseo del Otro, nos enfrentaremos a los límites de la realidad, único aprendizaje que nos servirá para encontrarnos con nosotros y con los iguales.

El hijo, ese que no encuentra su posición autónoma, queda reducido a una “postura” o “figura”, a un objeto para la madre. Incapaz de tomar las riendas de su propia vida, solo tiene energía para separarse físicamente del hogar familiar sin encontrar dentro de sí permiso para crear nada más allá de sí mismo, el objeto deseado y perseguido por mamá.

Uno no deja de preguntarse mientras ve la película, ¿dónde está- y estuvo- el padre?

El horror ante la situación que presenta la película, es el lugar desde donde se deja atrapar de nuevo el hijo, por esa madre de la que  cree estar alejándose, sin conciencia de que no hay solución sin un acto de salvación propio que resitúe su propio deseo en el centro de su vida.

El sentirse víctima, a pesar de que en algún momento fue una verdad, será una vuelta más del goce que implica esta “Postura del hijo”, abriendo y reabriendo continuamente las mismas heridas.

Quizá se vislumbra una salida cuando, con enormes dificultad, decide acercarse a ese padre dolorido por la pérdida de su hijo que no se dejará chantajear por la madre del responsable del accidente, pero sí se acerca al autor real del mismo.

Os invito a ver esta estupenda película y a hacer vuestra propia lectura

miércoles, 1 de enero de 2014

Familia y adopción.

Por  Enrique Cortes. Psicoanalista. Psicodramatista. Miembro del AUla de Psicodrama.

Hace ya algunos años tuve la suerte de presenciar una actuación de Lluis Llach; Lluis nos cantó para unas ochenta personas y luego, como no, unas copitas de charla.

En la actuación dijo que habían canciones que hacía tiempo no las cantaba, porque “no tocaba”; pero que visto lo visto estaba volviéndolas a cantar; corrían los años de la mayoría absoluta de Aznar y allí cantamos todos la gallineta.

Hace ya algunos años escribí un artículo, al que bauticé con el nombre de “Familia y adopción”.

Por aquel entonces leía que El Foro de la Familia aseguraba que los niños de parejas gays tenían más problemas psicológicos y sufrían más el fracaso escolar, amén de la relación que sacaban entre sexualidad, promiscuidad y suicidio.

Ayer mismo, leía en un periódico que el Obispo de Segorbe, Casimiro López, decía que el divorcio “express” y el matrimonio gay causan “el aumento de hijos con perturbaciones de su personalidad”

No me queda más remedio que despolvorear el artículo, al igual que Llac la gallineta.

¿Por qué no pensar que el sujeto homosexual, es un sujeto que forma parte de la sociedad y que por lo tanto tienen los mismos derechos, obligaciones y deberes que cualquier otro ciudadano?

Si pensamos que el modelo familiar integrado por una pareja heterosexual, ha dado origen a los psicópatas, los adictos, los violentos, los criminales, tanto niños como adolescentes. También a la homosexualidad, cuestionando la función paterna y materna de manera evidente. Tendremos que creer que no es un modelo sin fisuras ni mucho menos ideal.

¿Cuál es pues la garantía que nos otorga la pareja heterosexual? ¿No sería acaso saludable que nosotros, los heterosexuales nos cuestionáramos nuestra pretendida normalidad para criar hijos, echando una mirada sobre los resultados bastante pobres, de nuestra actuación como padres?

¿Qué tenemos a nuestro alrededor? padres abusadores, violadores, agresivos, violentos, alcohólicos y adictos, madres desafectivizadasabandónicas, agresivas, adictas y alcohólicas etc. De aquí podríamos sacar conclusiones en relación a la cuestión identificatoria. Yo, que soy un pobre aprendiz de diablo, se que a veces uno se identifica con su hermano, tío o demás sucedaneos...y gracias que lo puede hacer.

Estando así las cosas, pasemos al segundo punto, ¿Cómo se explica la adopción? Los niños dados en adopción son niños abandonados por sus padres o por sus madres en la mayoría de los casos; y todo esto ocurre en el seno de una familia heterosexual.

Las funciones paterna y materna no necesitan de los padres biológicos para ejercerse, cualquier sujeto puede hacer acto de esta función, solo hace falta amor, dedicación, protección y el ejercicio de la autoridad, para cuidar a un niño.

Así que yo concluyo que la adopción es un acto de amor, que repara el acto de desamor evidenciado por el abandono del niño. Los lazos de sangre suelen ser débiles entre las parejas heterosexuales, tanto que en el mundo occidental hay millones de niños abandonados, muchos de los cuales no carecen de familia, solo circulan, deambulan por las calles, trabajan o mendigan porque su familia no se ocupa de ellos.

        Ya que no nos sentimos completamente cómodos

con la idea de que los habitantes del pueblo vecino son

tan humanos como nosotros, es extremadamente presuntuoso

suponer que podemos mirar alguna vez a criaturas sociables que

derivan de otras formas de evolución y no verlas como bestias, sino

como hermanos; no rivales, sino compañeros peregrinos viajeros hacia

el altar de la inteligencia.

                                                       Demóstenes. Epístola a los Framlings

El poder de las palabras.

Por Elisa Buendía. miembro del Aula de Psicodrama.

Durante las fiestas navideñas, la familia suele reunirse y lo más común es que sea alrededor de una mesa. Si los miembros de ese conjunto no están mirando el reloj, apresurándose para escapar de tan arduo compromiso, entonces las sobremesas, suelen dar para mucho. Es en una de estas, donde recién desabrochado el botón del pantalón para poder seguir saboreando los deliciosos cordiales y polvorones de la señora Lola, alguien me llena la copa de burbujas que suben chisporroteando, varios teléfonos móviles vibran, tintinean, llamando la atención de sus amos, aunque, realmente parece al revés…se suscita una conversación acerca de si poner o no fotos personales en tu perfil de whatsapp. 
Unos defienden que por qué no, otros dan razones de las fotos que han elegido, otros comentan las de otras personas, están los que dicen que mejor poner algo más impersonal, pues a ese contenido accede todo aquel que tenga tu teléfono…opiniones como colores…hasta que mi cuñado dijo, mientras hablaba otra persona, en voz baja, como un comentario que se hace sin esperar que nadie te escuche... “es peligroso”, con sobriedad…era perceptible como casi todos los que estábamos en esa habitación, al menos al alcance de mi radio de visión, hicimos un movimiento con nuestra cabeza hacia él. Quien hablaba se cayó, y un portavoz espontáneo preguntó lo que pienso que rondaba en muchas cabezas.  ¿Peligroso? ¿por qué?, a lo que con cara de guasón, mi cuñado, que se divertía mirándonos mientras descorchaba otra botella, dijo:
- no, no creo que sea peligroso, pero habéis mirado todos. Es que algunas palabras tienen mucho poder y “peligroso” es una de ellas. Imagínate si digo “sexo”... o “sexo peligroso”. Las sonrisas descubrían algo en lo que se parecía estar de acuerdo. A mí me hacía pensar en ese poder que tienen algunas palabras, que no son solo palabras, pues como significantes nos remiten a otros significantes  que se transforman en imágenes impresas en nuestro interior, en nuestro inconsciente. Me preguntaba a dónde nos llevaría a cada uno de los que estábamos allí el significante “peligroso”, seguramente serían escenas muy diferentes; aunque existe algo común, porque esa palabra evoca un riesgo, una ocasión de que ocurra algún daño o mal. Desentierra un instinto tan antiguo como el ser humano, la supervivencia, el protegerse de lo que entraña peligro, preservar la vida…aunque también hay quién encuentra excitación en el polo opuesto…jugar con los límites. "Peligroso" es una palabra que llama la atención, como si alguien dijera en un tono exaltado "¡fuego!"; la imagen a la que nos podría remitir hace saltar la alarma corporal ante un supuesto peligro. 
Es también interesante observar cómo las palabras van unidas a quien las dice. Pueden provocar imágenes muy diferentes, dependiendo de cómo las dice, en qué tono y vibración. No es lo mismo si mi cuñado, un señor de una cultura ilustrada, dice que algo es peligroso, que si lo dijera mi sobrino de catorce años; aunque pienso que también dirigiría mi atención hacia él, pues un factor que me parece también observable es quien escucha, es decir, la resonancia que esa palabra o significante va a tener en una persona diferente a otra. Es obvio que la imagen que despertará en mí será diferente, si escucho “peligroso” de la boca de un niño pequeño, de un presentador de circo, de un adiestrador de perros, de un locutor de radio, de un médico. Aún manteniendo la palabra el mismo significado en todas las ocasiones, posee una polisemia en cuanto a significados emocionales. ¿Son las palabras, o es el recuerdo emocional incrustado más allá de la carne, lo que me hace despertar ante el sonido de unos fonemas? ¿los significantes adquieren mayor importancia dependiendo de la que le demos a su emisor? Cuántas veces recordamos la sensación corporal, como si de una imagen se tratara ante lo que nos dijo alguien en la infancia, aunque no recordemos con exactitud las palabras. Parece que hubiera significantes que hilvanan el tejido de nuestra historia, y significantes, que podrían entrelazar un tejido global ante los que casi todos, pues siempre habrá sus excepciones, giraríamos la cabeza penetrados por el sonido de unas palabras que aciertan en una diana. Como llevar la atención, girar la cabeza ante el tintineo del móvil, deseosos de encontrar nuevos significantes de algún otro.