Aula de psicodrama

Aula de psicodrama

lunes, 30 de diciembre de 2013

Vendidos...

Por Carlos García Requena. Psicologo. Psicodramartista. Especialista en conductas adictivas.
¡Cuantas veces escucho a personas que llegan a tratamiento demandando un fármaco que venga a extirpar el mal que uno sufre!.  Si por ellos fuese, tomarían una pastilla para combatir la pastilla, y otra para hacer lo propio con ésta última. Y así un baile sin fin. “Pastillita mágica de todos los días, dánosla hoy. Expira nuestros pecados y líbranos del mal”. Y digo yo: Amén.
Como relojeros de su propia máquina, cada cual se medica y tiende a hacer de experto de sí mismo, buscando la manera de quitarse de encima la conciencia de un malestar que sin embargo insiste implacablemente en ser escuchado. Cada dosis viene a poner parche  a un vacío consecuencia de un exceso de llenado anterior, alejando cada vez más el malestar de su origen, que queda perdido por siempre y deja al sujeto en el estupor. ¿Por qué consume uno al final? “Al principio consumía para pasarlo bien, pero al final necesito hacerlo cada día para no estar mal, para poder funcionar”.
La adicción implica cierta fe en la existencia de algo externo al individuo que venga a calmar o a erradicar el malestar interno. Algo de fuera que venga a calmar lo de dentro... Ya sabemos que la fe es ciega.
Incluso a la hora de ponerse en tratamiento, uno no quiere sufrir, no quiere perder, no quiere pasarlo mal, no hay espacio para ningún tipo de renuncia. Suave, y si puede ser rápido, mejor. Sin embargo, todos sabemos que la vida no funciona así, pues no hay cambio sin renuncia, no hay ganancia sin pérdida.
Desde éste punto de vista no es extraño que tengan tanta demanda los tratamientos consistentes en curas de desintoxicación ultrarrápida en las que mucha gente deposita su esperanza de recuperación. El otro día leía acerca de un “novedoso tratamiento” que erradicaba la adicción del sujeto en 72 horas. Y luego sólo era cosa de ir un par de veces al año a pasar por el escáner y… “nuevo”…  ¡Que me lo cuenten!
Quienes llevamos tanto tiempo trabajando codo con codo, a pico y pala en las zanjas del campo de lo adictivo sabemos que milagros no existen, que sólo un proceso terapéutico de largo recorrido logra remover la estructura sobre la que la adicción se asienta. A poco que uno piense en ello, aparece con claridad que más allá del síndrome de abstinencia asociado al consumo, hay una cuestión de hábito y de función de ese hábito, y eso es una huella difícil de borrar, una marca que requiere un trabajo largo que consiste en instalar la sombra del límite y hacerla operativa; en otras palabras, ayudar al sujeto a vivir con límites allí donde la pulsión insiste con ferocidad. 
Visto así, un tratamiento ultrarrápido no viene más que a generar una ilusión de que “muerto el perro, se acabó la rabia”… y no es así, la rabia continúa. Y lo hace porque es el propio sujeto el que lleva en sí mismo las condiciones predisponentes para la adicción. Condiciones que no pueden cambiar de la noche a la mañana, porque incluye circuitos psíquicos, afectivos y de acción fuertemente arraigados en la estructura. La cosa requiere de su tiempo…
Pero claro… el tiempo es algo que no todo el mundo está dispuesto a darse, y sobre todo si uno está acostumbrado a recompensas rápidas a calmantes repentinos. Uno quiere hacer algo consigo mismo, pero que no cueste mucho, porque si cuesta, ya no interesa. Y de eso se trata… si bien todo el mundo quiere salir del mundo del consumo, muy pocos están dispuestos a realizar el sacrificio que ello supone. Esa sería la pregunta: “¿hasta qué punto está uno dispuesto a perder?”
El otro día, conversando con un compañero que lleva también unos cuantos años tratando personas con problemas adictivos, surgía la pregunta sobre lo que lleva a los individuos a demandar tratamiento; y coincidíamos en una cuestión: “no he encontrado nunca a alguien que quiera dejar realmente las drogas”.  Se trata de una dura afirmación que sin embargo tiene una explicación.
El paciente no quiere dejar de consumir, sino dejar de sufrir las consecuencias negativas del consumo. Si fuese posible, seguiría anestesiándose y beneficiándose de los efectos buscados del consumo sin vivir el infierno que conlleva. Y en ese intento de buscar un equilibrio vive constantemente, empeñado en encontrar el punto de consumo controlado, alimentando el engaño de poder coger las riendas de una cabalgadura desbocada, de un impulso que invade el cuerpo tiranizándolo.
Así que el paciente acude a tratamiento cuando su particular manera de mantener a raya el malestar termina fracasando, cuando su tinglado adictivo ya no se sostiene y no le sirve para controlar a un cuerpo descontrolado o a una familia que se queja. En pocas palabras: acuden porque algo o alguien les corta su particular idilio con el consumo. De lo contrario seguirían gozando. 
¿Goce? ¿Qué goce?.... Glups
No quiere decir esto que no haya personas que deciden salir de las drogas. Pero se trata de eso, de una decisión fruto de un balance donde hay algo que dejó de compensar a pesar de seguir imaginándose gustoso. Mientras tanto… uno queda vendido, a merced de un impulso que se hace amo y gobierna por y sobre el individuo: El empuje de la pulsion.
¿Pulsion? ¿Qué pulsion? Glups, glups...
Tan sólo señalar, con palabras de Korman, que "el sujeto es psicodependiente antes que drogo dependiente", que el impulso que gobierna la trampa adictiva se escapa de la razón e incluso del inconsciente, porque esta por fuera de dichos circuitos y forma parte de una precariedad de manejo que sólo puede ser apostillada a través de todo un trabajo que venga a instalar la sombra del límite allí donde sólo hay una manera rígida de gozar, siempre de lo mismo.

2 comentarios:

  1. Buscamos soluciones magicas y lo que es peor nos las venden.
    Todo vale menos cuestionarnos como sujetos

    ResponderEliminar